El mejor otoño de nuestras vidas
Cuando llegué al número 12, me esperaba un muro de unos dos metros de altura, por donde asomaba salvajemente un jazmín silvestre lleno de flores blancas. Se notaban las lluvias de finales de verano, qué frondosidad.
El aire, fresco y limpio, traía los primeros aromas del otoño, pero, joder, cómo apretaba, todavía, el calor, ahí parada en la acera, con el sol del mediodía.
No tenía muy claro qué hacer. Comprobé la dirección en mi móvil y miraba de nuevo la calle. Sí, sí. Ahí era.
Es curioso cómo la mente, en momentos decisivos, piensa las cosas más absurdas. Ahí parada, delante de ese muro, solo podía pensar cosas tipo: Qué descuidado todo, ¿no? se nota que hace años que no pintan. Mira el grosor de estas paredes, seguro que dentro se está fresquito. Oyeee, estos desconchones son bellísimos, voy a sacarles unas fotos.
Incluso me acordé de una vez, siendo pequeña, cuando una gata parió debajo de un jazmín que había en casa de mis padres. Había tenido cuatro gatitos y al día siguiente de descubrirlo, cuando volví para verlos de nuevo, la gata se los había llevado a otro lugar.
El otoño suele tener este efecto, al invadirnos una nostalgia dulce como de recuerdo feliz de infancia. La temperatura se suaviza, después de la agresividad pegajosa e insistente del verano y la luz y los colores se vuelven cálidos, acogedores, hogareños.
Cambiamos la sal en la piel por las capas de ropa y vuelven los aromas favoritos de tanta gente: el olor a tierra mojada, las tostadas en la chimenea, el olor a bosque cuando vas a buscar setas, la calabaza asada.
Septiembre es un mes extraño, con una energía extraña. Son las únicas semanas del año en el que, de forma generalizada, la mezcla de varios sentimientos opuestos es más intensa: la ilusión de los inicios, de poner el contador a cero y volver a empezar con nuevos y viejos objetivos, el alivio de volver a las rutinas y la frustración por lo mismo, el miedo por sentirse estancado en una vida que no avanza y seguir sin encontrar cómo cambiarlo y la presión por llegar a esa fecha tope que nos habíamos propuesto para empezar a actuar.
Así somos, ¿no? una mezcla de emociones que se contraponen y se solapan.
Si te paras a pensar un segundo, este será el mejor otoño de nuestras vidas. Sí, con contradicciones. Sí, con miedos. Sí, con problemas. Pero también el que nos traerá momentos inolvidables, aprendizajes que nos harán cambiar y nuevas personas que, quién sabe, quizás se convierten en nuestros mejores amigos.
Será el otoño en el que irás por primera vez a la casa que se acaba de comprar tu hermana. O el otoño en el que viajarás por fin a ese lugar que tantas veces has pospuesto. O el que verá cómo cambias de vida porque no tienes suficiente con lo que hay.
O quizás será el otoño en el que te darás cuenta de que eres la leche y disfrutarás de tus luces y tus sombras, querrás para ti todo aquello que te hace bueno y te hace feliz, buscarás experiencias nuevas y enriquecedoras y rechazarás con paz y alegría todo aquello que no te suma.
Entre tanto pensamiento inconexo y errático, conseguí que mi cabeza volviese a ese número 12 y a ese mediodía de principios de otoño y por fin, apareció la pregunta adecuada:
¿Dónde está la puerta?